"...la violencia, la vida y la muerte, el deseo, la sexualidad, van a extender, por debajo de la representación, una inmensa capa de sombra que ahora tratamos de retomar, como podemos, en nuestro discurso, en nuestra libertad, en nuestro pensamiento. Pero nuestro pensamiento es tan corto, nuestra libertad tan sumisa, nuestro discurso tan repetitivo que es muy necesario que nos demos cuenta de que, en el fondo, esta sombra de abajo es un mar por beber."
Michel Foucault, "Las palabras y las cosas".

Sistema japonés para envolver regalos


El poder de los secretos se deshace cuando son revelados.
Cómo se hace para compartir el amor durante mucho tiempo.
Yo no lo sé.
Ellos lo saben.
Cómo se hace para hacer funcionar los planes.
Cómo se hace para ser paciente.
Hay muchas formas de merendar o despertarse por las mañanas. Muchas maneras de leer un libro, de contar una noticia.
Los secretos se revelan en el transcurso de los días.

Una casa vieja cruje, el té de limón hierve, la radio emite una voz grave.

Los secretos envuelven todas las cosas como papel celofán transparente.
Adentro están las cosas. Solas.
El sentido es desplegarlo y encontrarse con las cosas.
El segundo misterio se descifra aún más íntimo:
no importa la cosa, lo que vale es el secreto al envolverla.


cuaderno para J.

Antes, unos días atrás, todo era igual. Podría haberme subido a un tren hacia la playa o renunciado a la oficina o enfermado gravemente. Me sucedía algo que no comprendía del todo, encantado con el suave vaivén del abanico de la diversidad.
Ahora las cosas no son iguales entre sí. Y aunque saber lo que quiero no me tranquiliza, ni me vuelve más hermoso de lo que soy, elijo caminar por la orilla del mar, con el viento fuerte que sopla sobre mi costado.
El amor, el corazón rojo, esta ocupando todo. Y la vida, como dice mi madre, es una sola.


Camino solo por la playa. Por la orilla, más atrás viene V., y aún más atrás S., con su enorme perro negro, llamado Viernes.
Respiro mucho aire puro, camino con fuerza.
Cualquier excusa es buena para no pensar en J. No es que
él aparezca violento en mis pensamientos, interrumpiéndolos como el cuerpo de un ahogado que emerge entre las olas. Es exactamente al revés: mis pensamientos cubren
su imagen, que es continua en mi cabeza hueca.
Viernes corretea a mi lado, me mira cada vez que suspiro
aunque el viento sopla fuerte.

Me detengo, doy media vuelta y espero unos dos minutos a que V. me alcance. Viene caminando con la mirada clavada en la arena. Me pregunto si observa las piedras, los cangrejos muertos, o si simplemente está cansada de andar por la orilla.
No nos decimos nada y seguimos adelante. Yo voy rápido, me adelanto sin darme cuenta. No voy pensando en J.
- Esperame que se me hace difícil sin conversar. Hablame de algo.
- La cabeza alta –pienso yo. Mirando el horizonte. Pero no lo digo.
- El ombligo adentro –dice V.
Hace tres horas fumamos el último cigarrillo, pienso yo.
Muy atrás vemos a S. con Viernes, su hermoso perro negro.
- Antes yo estaba más con gente menos parecida a mí.
- ¿En qué sentido?
- No sé... Me parecía que esas personas sabían más cómo era la vida, que yo tenía que parecerme más a ellos. Ahora no. Me siento más segura.
Me doy cuenta de que ahora yo tampoco quiero ser como los demás. [Recuerdo a Helen Schlegel despertarse una mañana en Howard`s End y observar a la familia Wilcox, desayunando]
Sopla fuerte el viento. Ahora estamos en la terraza, mirando todo. Vemos desde arriba llegar a S. Con la llave.
- Yo me voy abajo, al departamento -digo sorpresivamente.
V. me sigue y me dice, irónica:
- Estoy preocupada. Por esos arranques repentinos, hablás como si estuvieras solo. Hacés lo que querés...
Ya estamos, en una fracción de segundo, compitiendo en el “Encuentro Internacional de la Agudeza” y somos los finalistas, pienso y no lo digo.
Tomamos un poco de agua, seguimos hablando.

V. y yo jugamos a las cartas. S. trae dos pescados. Es de noche y está empapado.
Festejamos, aplaudimos como dos niños.
- ¿Dudaban de mí? –pregunta S. Cuenta cómo fue, está feliz.
Yo no puedo ni escuchar música italiana, pienso yo. Estoy obligado a tomar un par de decisiones y para eso vine a la playa. Pienso en ir a la orilla después. A mirar la noche, boca arriba.
Empiezo, de a poco, a entender algunas cosas. Como engranajes o enormes sistemas transparentes. Ningún pensamiento me convence del todo. Nada permanece en mi cabeza hueca mucho tiempo.
Me pregunto, impaciente, si es lo mismo ir directo hacia el deseo que salir en la dirección opuesta, rápidamente.
S. limpia los pescados frescos, recién muertos. Yo miro todo, el infierno no existe. V. busca los nombres de los apóstoles en una Biblia pequeña. S. sale, baja.
V. me pregunta:
- ¿Sabes quién viene a cenar? –y me sonríe.
S. vuelve de hablar con su chica, B.
V.:- ¿Hablaste? ¿cómo está?
S.:- Bien, mejor que conmigo. No me voy a bañar –dice
- Voy a volver a pescar, después.
V. le pregunta:- ¿La trataste mal?

Escribimos una poesía con V. Cada uno una línea. Pura basura. El pescado se cocina en la olla.
“El residuo de lo real, eso es lo que te comés”, dice la última línea de V.

Estoy en la oficina sin hacer nada. Fumando. Suena el teléfono, es E. Quiere saber cómo me fue en la playa.
- Estupendo- le contesto. Le describo el clima, etc.
- Escuchame, no puedo hablar mucho- me dice.
Después, no sé cómo, terminamos hablando de sexo. Es uno de nuestros tópicos favoritos. Hablamos de sexo anal, hablamos del pasado.
- No me puedo colgar mucho. Mañana te telefoneo y nos vemos. Adiós.
Cortamos y me quedo reflexionando.
- Cada vez nos parecemos más- le digo al otro día, mientras cenamos en casa, juntos.


carta de vinos II

Gigliola Cinquetti. Dio come ti amo.

Mina. Grande, grande, grande.

Ornella Vanoni. Mi sonno inamoratta da te.

side orders (dedicated to m.p.)

Joseph Kosuth. Nacido en Ohio en 1945.

Andy Warhol. Nacido en Pittsburg en 1928. Fallecido en Nueva York en 1987.

Félix Gonzales-Torres. Nacido en 1957, Cuba. Fallecido en 1996, New York.

círculo





Desde que tengo memoria tengo buena memoria: podía recordar hechos muy lejanos de mi vida.
Y no solamente se trataba de lo antiguo. También sabía los nombres de gran cantidad de alumnos de mi papá, que cuando yo era chico dirgía una escuela primaria bastante grande. Cuando aprendí a hablar, rápidamente mi vocabulario fue profuso.
Sigo creyendo que esa habilidad, además de deberse al azar de la génetica, era alimentada por un ejercicio voluntarioso que yo practicaba. La melancolía era un lugar seguro, como un castillo, y yo jugaba solo, entre otras cosas, a recordar. Momentos muy felices o muy tristes y también hechos irrelevantes, datos sin explicación alguna. Fotos sueltas quizá sin orden, pero nítidas.
Hace algunos años leí un reportaje en una revista. Al entrevistado le preguntaban por su recuerdo más antiguo. Sentí una tibieza y puse a trabajar mi mente desandando el camino, que entonces suponía lineal, en busca de ese pequeño fragmento: el anterior. No se trataba de esfuerzo alguno, sino más bien como ya dije, de un entretenimiento que yo imaginaba infinito.Y pude recordar a mi madre embarazada (yo no me separaba de ella) esperando a mi única hermana, que es tres años menor que yo. Entre algunas otras escenas de los últimos meses antes del parto, reaparecía una y otra vez un recuerdo, curiosamente, sin mi madre. La escena se hundía en el olvido y salía a flote cada vez más limpia. Yo en el delta con mis tíos, Guillermo y María, y alguien más, seguramente una prima hermana de mi madre, en la lancha, salpicado de agua y manchado de la luz entre los sauces. Y aún más nítidamente, casi en foco filoso, yo paseando entre arbustos florecidos de jazmines intensamente blancos. Cientos de jazmines más altos que yo, entre los que camino, golpeado por el perfume. Y la sensación de que me alejaban, me protegían, de algo que quedaba en mi casa, en la ciudad. 
Algo que no comprendí hasta que sucedió: nacía mi hermana, mi vida cambiaba profundamente.


Mucho más adelante (ya desechada la línea escolar del tiempo) descubrí que en diciembre, en el principio del verano, la ciudad se llena de jazmines que se pueden comprar. Y que si huelo un jazmín el puente invisible del olfato es sólido: el recuerdo de la isla, el río, las manos de los adultos tomando las mías y las flores blancas... Vuelve y vuelve. Y vuelve. 
Nunca huelo el jazmín sabiendo lo que me espera. Siempre me siento irremediablemente atraído a hacerlo y lo hago olvidado de lo que oscuramente busco. No tanto aquellas escenas... sino la sorpresa de la lucidez con la que la memoria me inunda a mí.
Ahora, treinta y cinco años más tarde de aquél origen de mis ficciones, ya no busco refugio en la melancolía pero no he perdido del todo mi buena memoria. Y tengo una amiga que se llama Celeste que al principio de este verano se fue a vivir al delta. A una isla sobre el Río Capitán. Una casita de madera dentro del monte. Caminando hacia ella entre los árboles y las hortensias que se perciben onirícas, siguiendo el sendero que bordea el arroyo huelo los jazmines y los veo. Una pequeña plantación, un jardín descuidado. Entre las decenas de arbustos reventando de flores blancas existe el espacio perfecto para que un niño de tres años pase corriendo mareado por el perfume, ansioso, extrañado. Tal como lo recuerdo cada vez. O como lo reconstruyo en la  cámara oscura de mi mente.


Vuelvo de la isla, y mi madre me pregunta a través del teléfono:
-Exactamente en qué lugar del delta vive tu amiga, hijo?
-En el Río Capitán- contesto desganado, cansado del sol y del agua.
-Es muy hermosa esa zona. Ahí es adonde Guillermo a veces te llevaba a pasear cuando eras muy chico.

compañero




Subo al bus. Voy rumbo a la playa. Viajo de día.

Las butacas cada vez son más confortables. Tengo preparado todo un equipo para no aburrirme en el caso de que no pudiera conciliar el sueño durante las siete horas. Nadie ocupa el lugar a mi lado.
Estamos en movimiento. La luz de la mañana y el marco de la ventana me muestran la ciudad como si fuera desconocida y hermosa. Con la mirada entrecerrada a través de los anteojos de sol, siento el vacío de la partida y me acomodo en la parte mullida de la soledad. Llevo una sonrisa interior, brillante. 
Estoy cansado.
En la primera parada, media hora después del punto de salida, sube L. con su madre. En un revuelo ultraveloz entiendo que L. es mi compañero de ruta porque se sienta a mi lado. Y su madre me aclara, como si fuéramos viejos conocidos y yo ya lo supiera, que se acabó la tranquilidad porque L. va a hablarme todo el tiempo. A ella eso le parece divertido. Hago algo nuevo: no pienso nada. Y L. se sienta del lado de la ventanilla. Me sonríe y habla.
L. es un chico de once años y también viaja solo. Por primera vez. Pero sabe muchas cosas y quiere contármelas. 
El diálogo es continuo, ligado inexorablemente al desplazamiento del micro sobre la cinta de asfalto. Estamos los dos solos y hablamos. Nos entendemos.
Esos campos de ese color parecen el pelaje de un león, me dice observando el dorado áspero ya cosechado. Y esas vaquitas negras son las pulgas, agrega casi en un susurro.
Allá, donde él y yo vemos esos rayos grises cayendo sobre los árboles diminutos y oscuros del horizonte, está lloviendo, hay tormenta fuerte. Y más acá, en un rato, va a lloviznar donde pasemos nosotros. 
Y habla y habla como su madre predijo.
Y ahora cae la lluvia leve y gris sobre los vidrios. Quizá nos haga sentir un poco tristes o íntimos a todos los pasajeros. Como imagino cosas sobre L., se las pregunto para ver si adivino.
Tuve hermano, pero durante un tiempo, hace mucho. Cuando tenía tres o cuatro años. Tuve una hermanita pero nació con un problema en el corazón. Y se murió en la operación a los dos o tres meses, más o menos. No lo soportó, el corazón era muy débil.
Los dos somos muy educados y nos convidamos galletitas y chocolate.
Y seguimos.
Para hablar mucho hay que saber mucho. El que dice poco sabe poco, dice L. y me interroga observándome. Me pregunto si su sonrisa recubre cierta ironía. Rápidamente le contesto que hay quien sabe mucho y dice poco. Que depende de lo que a uno le convenga. Depende de la circunstancia, le digo. 
L. queda pensativo y en silencio por primera vez. Detiene su hablar sorprendente, interminable. Su manera desesperada de contarme todo lo que sabe, todo lo que piensa, todo lo que es.

El bus llega a su destino. Lo ayudo a bajar la mochila pesada (ya somos viejos amigos que conocemos nuestras flaquezas), llena de los libros y las carpetas para estudiar en el verano en el campo de los abuelos.  
No habrás dormido nada, me dice el abuelo.
Un gusto haberte conocido, me dice L. y me extiende la mano. 
Y nunca más nos volvemos a ver.


                                                                                                foto: Aurea Tolo Giol



main course






"...Porque esta es la verdad acerca de nuestra alma, pensó, de nuestro yo, que cual un pez habita en profundos mares, y nada entre oscuridades, trazando su camino entre matas de gigantescos hierbajos, por espacios moteados por el sol, y sigue adelante y adelante, penetrando en las tinieblas, en la frialdad, en lo profundo, en lo inescrutable, y de repente sale veloz a la superficie, y se exhibe y nada en las olas rizadas por el viento, y tiene una positiva necesidad de trato, de roce, de calor, con charlas ligeras."
Virginia Woolf
MRS. DALLOWAY


"...Pero yo me siento atormentado por una inagotable ansiedad de cosas remotas. Me gusta navegar por mares prohibidos y acercarme a costas bárbaras. Sin ignorar el bien, percibo enseguida el horror, y hasta puedo vivir en buenos términos con él - siempre que el horror me lo permita -,  porque me parece correcto mantenerme en buenas relaciones con los demás inquilinos del lugar donde vivo."
Herman Melville
MOBY DICK


      Hay algo que gravita
     sobre un centro propio
     que en las tardes más apacibles
     también se ubica en el fondo


     el universo entero puede verse a la vez
     atraído hacia el mismo punto
     con las demoras que en cada caso
     el agua plantea y así
     sobre la frontera que parte
     la noche al medio
     surge la duda aquí
     donde todo fue partido en dos mitades.


Gabriel Reches

carta de vinos

nick cave. into my arms

                                                                     

leonard cohen. the partisan


johnny cash. hurt