"...la violencia, la vida y la muerte, el deseo, la sexualidad, van a extender, por debajo de la representación, una inmensa capa de sombra que ahora tratamos de retomar, como podemos, en nuestro discurso, en nuestra libertad, en nuestro pensamiento. Pero nuestro pensamiento es tan corto, nuestra libertad tan sumisa, nuestro discurso tan repetitivo que es muy necesario que nos demos cuenta de que, en el fondo, esta sombra de abajo es un mar por beber."
Michel Foucault, "Las palabras y las cosas".

side orders (dedicated to m.p.)

Joseph Kosuth. Nacido en Ohio en 1945.

Andy Warhol. Nacido en Pittsburg en 1928. Fallecido en Nueva York en 1987.

Félix Gonzales-Torres. Nacido en 1957, Cuba. Fallecido en 1996, New York.

círculo





Desde que tengo memoria tengo buena memoria: podía recordar hechos muy lejanos de mi vida.
Y no solamente se trataba de lo antiguo. También sabía los nombres de gran cantidad de alumnos de mi papá, que cuando yo era chico dirgía una escuela primaria bastante grande. Cuando aprendí a hablar, rápidamente mi vocabulario fue profuso.
Sigo creyendo que esa habilidad, además de deberse al azar de la génetica, era alimentada por un ejercicio voluntarioso que yo practicaba. La melancolía era un lugar seguro, como un castillo, y yo jugaba solo, entre otras cosas, a recordar. Momentos muy felices o muy tristes y también hechos irrelevantes, datos sin explicación alguna. Fotos sueltas quizá sin orden, pero nítidas.
Hace algunos años leí un reportaje en una revista. Al entrevistado le preguntaban por su recuerdo más antiguo. Sentí una tibieza y puse a trabajar mi mente desandando el camino, que entonces suponía lineal, en busca de ese pequeño fragmento: el anterior. No se trataba de esfuerzo alguno, sino más bien como ya dije, de un entretenimiento que yo imaginaba infinito.Y pude recordar a mi madre embarazada (yo no me separaba de ella) esperando a mi única hermana, que es tres años menor que yo. Entre algunas otras escenas de los últimos meses antes del parto, reaparecía una y otra vez un recuerdo, curiosamente, sin mi madre. La escena se hundía en el olvido y salía a flote cada vez más limpia. Yo en el delta con mis tíos, Guillermo y María, y alguien más, seguramente una prima hermana de mi madre, en la lancha, salpicado de agua y manchado de la luz entre los sauces. Y aún más nítidamente, casi en foco filoso, yo paseando entre arbustos florecidos de jazmines intensamente blancos. Cientos de jazmines más altos que yo, entre los que camino, golpeado por el perfume. Y la sensación de que me alejaban, me protegían, de algo que quedaba en mi casa, en la ciudad. 
Algo que no comprendí hasta que sucedió: nacía mi hermana, mi vida cambiaba profundamente.


Mucho más adelante (ya desechada la línea escolar del tiempo) descubrí que en diciembre, en el principio del verano, la ciudad se llena de jazmines que se pueden comprar. Y que si huelo un jazmín el puente invisible del olfato es sólido: el recuerdo de la isla, el río, las manos de los adultos tomando las mías y las flores blancas... Vuelve y vuelve. Y vuelve. 
Nunca huelo el jazmín sabiendo lo que me espera. Siempre me siento irremediablemente atraído a hacerlo y lo hago olvidado de lo que oscuramente busco. No tanto aquellas escenas... sino la sorpresa de la lucidez con la que la memoria me inunda a mí.
Ahora, treinta y cinco años más tarde de aquél origen de mis ficciones, ya no busco refugio en la melancolía pero no he perdido del todo mi buena memoria. Y tengo una amiga que se llama Celeste que al principio de este verano se fue a vivir al delta. A una isla sobre el Río Capitán. Una casita de madera dentro del monte. Caminando hacia ella entre los árboles y las hortensias que se perciben onirícas, siguiendo el sendero que bordea el arroyo huelo los jazmines y los veo. Una pequeña plantación, un jardín descuidado. Entre las decenas de arbustos reventando de flores blancas existe el espacio perfecto para que un niño de tres años pase corriendo mareado por el perfume, ansioso, extrañado. Tal como lo recuerdo cada vez. O como lo reconstruyo en la  cámara oscura de mi mente.


Vuelvo de la isla, y mi madre me pregunta a través del teléfono:
-Exactamente en qué lugar del delta vive tu amiga, hijo?
-En el Río Capitán- contesto desganado, cansado del sol y del agua.
-Es muy hermosa esa zona. Ahí es adonde Guillermo a veces te llevaba a pasear cuando eras muy chico.