"...la violencia, la vida y la muerte, el deseo, la sexualidad, van a extender, por debajo de la representación, una inmensa capa de sombra que ahora tratamos de retomar, como podemos, en nuestro discurso, en nuestra libertad, en nuestro pensamiento. Pero nuestro pensamiento es tan corto, nuestra libertad tan sumisa, nuestro discurso tan repetitivo que es muy necesario que nos demos cuenta de que, en el fondo, esta sombra de abajo es un mar por beber."
Michel Foucault, "Las palabras y las cosas".

piel


Y la historia se terminó y no se me ocurre contarla, no tengo deseo de reproducir nada, te evaporaste como un sueño malo. Una pesadilla  donde somos niños desprotegidos y las bruja mala nos sumerge en un caldero negro como la muerte, rodeados de verduras humeantes. Ya no es lo mismo nadar en este caldo espeso lleno de pequeñas gotas doradas de grasa que se adhieren a la piel y tampoco es posible que vos y yo estemos en el mismo recipiente. La madrastra nos mira con unos ojos también muy oscuros desde una profundidad irreconocible, desde un rincón horroroso, lleno de malos olores e insectos llenos de pelos.
El alivio sobreviene por un instante cuando esta mujer enorme y bella se distrae y se aleja flotando y vos y yo respiramos después de un buen rato de contener el aliento a causa del pánico y vemos cómo abre un mueble de madera negra como el carbón y adentro hay un espejo de marco dorado un espejo con un reflejo vivo un espejo que es un objeto mágico.
Y yo tengo miedo, en los sueños siempre tengo antes que nada miedo de todo lo malo que pueda suceder a continuación, de que se acerque con ese espejo a mí y me quiera sacar de la olla enorme que ya me parece tibia y acogedora, pero me despierto a tiempo, pensando en mí y en la música italiana y recién a media mañana recuerdo que nos conocemos y que tu dolor es imposible. Y mientras exprimo unas naranjas recuerdo tu rostro.

Tengo una corona dorada sobre mi cabeza, es pesada y, sin embargo, me siento raro sin ella. Tengo una respiración entrecortada como si durmiera sobre una piedra una siesta sin sueños rodeado de flores. Tengo los ojos saltones, profundos y una debilidad por chapotear en el barro. Tengo algo de fuego en mis palabras aunque no sé hablar. Tengo un cuerpo difícil de describir porque está siempre cubierto: tengo miedo de salir lastimado en cada batalla. Tengo la certeza de que soy el hijo de alguien importante y me miro en un espejo todas las mañanas y me pregunto cosas mientras me lavo la cara.

No estoy sostenido por ningún libro ni por el recuerdo de una película ni por una pintura de P. colgada en mi living ni por una foto de M. abrigada como una actriz en el viento de la playa ni por la nueva escultura plateada que S. me regaló para mi cumpleaños ni por los discos en el mueble ni por mis dibujos de animales ni porque todo lo que tengo lo compré yo con mi dinero ni por los mensajes en la máquina cuando vuelvo de la calle ni por los colores de las paredes de mi casa ni por nada del mundo ni por vos tampoco.